miércoles, 26 de abril de 2017

¡Anular!



“Once bitten, twice shy” es una frase en inglés a la que no encuentro una equivalente en nuestra lengua –podríamos equipararla con “no tropezar dos veces con la misma piedra”, sin embargo-. El sentido de la misma tiene que ver con el sentimiento  de rechazo que surge cuando uno es impelido a hacer algo por segunda vez no obstante haber sido mala la experiencia la primera que se la hizo. 

Aquella vez ya había advertido sobre la aberración conceptual de elegir vía voto universal a los magistrados judiciales. Algo hiperbólicamente, sostuve que es como convocar a elecciones para elegir a los miembros del Alto Mando militar y que, como resultado de las mismas, un soldado raso, el más votado en tales comicios, fuese investido como Comandante en Jefe.

Presentada por el régimen como “la solución” a la problemática de la justicia en el país, la dichosa elección, en su primera versión, no sólo que no fue tal sino que agravó la crisis a extremos nunca antes sufridos por la ciudadanía, víctima del vergonzoso servilismo de los “masistrados” hacia sus patrocinadores gubernamentales. Apartarse un milímetro de la línea oficial significó para algunos de ellos ser sometidos al escarnio público orquestado por los operadores del régimen.

Cuando Cristina Kirchner quiso aplicar la gracia en Argentina se encontró con que la Corte Suprema de su país le recordó que tal cosa es inconstitucional –a diferencia de lo que sucede en Bolivia, donde el régimen la introdujo en la Constitución-. Y el tener cualidad constitucional, dado el estrepitoso fracaso del burdo experimento, complica la situación para extirparlo de raíz: se necesita abrir la CPE para hacerlo.

Nos encontramos entonces, para seguir con otra expresión en inglés, ante una situación “Catch 22” –jodidos si lo hacemos, jodidos si no lo hacemos-. Abrir la Constitución para eliminar el absurdo sería también darle al régimen la oportunidad de introducir su anhelado artículo de reelección indefinida para habilitar al caudillo a las próximas y subsiguientes elecciones generales. No hacerlo, condena a la ciudadanía a repetir la barbaridad de votar por operadores del régimen “seleccionados” para seguir cometiendo toda suerte de actos de obsecuencia para con éste.

La primera vez, el régimen actuó con la delicadeza de un jugador de rugby; ahora se muestra más sofisticado pero su esquema es el mismo: masistrados al fin y al cabo. Por benevolencia podría alegar que se le dé el beneficio de la duda, pero ya lo tuvo en la primera y nadie es tan ingenuo como para tropezar con esa misma piedra. Once bitten…

Es más, el régimen perdió la votación. Tal resultado implicaba anular ipso facto aquellos comicios, pero el MAS decidió, contra el sentido común, imponer a sus operadores quienes, salvo un par de excepciones, habían obtenido ridículos guarismos electorales. Dicho cuoteo ha sido, recientemente, admitido por García, el Vicepresidente.

En esencia, aunque esté mejor maquillada, la convocatoria actual es MAS de lo mismo porque, insisto, la aberración es la propia elección. El régimen necesita tener a la justicia prosternada a sus designios y, ya ha dado muestras de ello, tiene un esquema ya planificado para que ello suceda.

¿Qué nos queda? ¡Anular! y que, a diferencia de lo ocurrido hace años, exigir, si es que el régimen vuelve a perder –cosa muy probable; incluso con mayor diferencia- que la próximas elecciones judiciales, que le van a costar al erario nacional la desproporcionada suma de 150 millones de bolivianos, sean declaradas sin efecto.

Por todo esto, sumado otros argumentos que varios ciudadanos están esgrimiendo es este sentido, yo votaré Nulo… ¿Y usted?

miércoles, 12 de abril de 2017

...por viejo que por diablo



Seríamos tendenciosos si cargásemos las tintas de los intentos reeleccionistas y rereeleccionistas y rerereeleccionistas sobre las testas de los gobernantes adscritos al denominado “socialismo del siglo XXI” soslayando que al lado opuesto también se cuecen habas al respecto.

En 2010, Álvaro Uribe, presidente de Colombia por entonces y liberal de manual, estuvo tentado de prorrogarse más allá de lo que las leyes de su país lo permitían. Escogió el mecanismo del referéndum para tal propósito. Sin embargo, para llevarlo a efecto, el proyecto debía pasar a consulta en la Corte Constitucional –equivalente al Tribunal Constitucional Plurinacional de Bolivia-. De hecho, Uribe estaba culminando su segundo período constitucional y, enmarcado la Carta Magna colombiana, el órgano de control dictaminó que una segunda reelección socava los principios de la misma, agregando que, además, viola principios como la separación de poderes, la igualdad, la alternancia democrática y el sistema de pesos y contrapesos. La contundencia de esta sentencia persuadió a Uribe de hacer mutis por el foro y posibilitar la candidatura de su sucesor, el actual Presidente quien, a propósito, ejerce su segundo mandato consecutivo y sería muy honorable si no se le ocurriera repetir la grosería de su antecesor.

Estos días una situación aún más grosera está aconteciendo en Paraguay, donde un expresidente, actualmente Senador,  destituido del cargo luego de un proceso de “impeachment”, y el Presidente conservador de ese país acordaron introducir la figura de la reelección en la Carta paraguaya, acción por la que hace algunos días se armó la de San Quintín en las inmediaciones del Congreso, en Asunción. Lo que han conseguido ambos políticos es que su ya deteriorada imagen se manche aún más.

Al final, parece ser que la motivación perpetuadora es independiente del signo ideológico de su portador y tiene que ver más con un mesianismo que lo lleva a asumirse como “el ungido” y a quien la gente debe rendir pleitesía, caso agradecerle que haya nacido. Inversamente, tenemos casos como el de Lula –hagamos abstracción de sus hechos de corrupción- quien a tiempo de acabar su segundo mandato estaba en la cúspide su popularidad y sin embargo ni siquiera sugirió la opción de hacerse reelegir, o el de Correa quien, más astutamente, difirió elegantemente sus ansias reeleccionistas, oficiando, en el camino, como el poder detrás de su delfín, Lenin.

Justamente sobre este particular es que el sacerdote afín al llamado “proceso de cambio” y crítico de sus operadores, Xavier Albó, ha exhortado a Evo Morales a sacarse molde de la solución ecuatoriana (“Evo puede aprender de Ecuador”, La Razón, 9 de abril) y no insistir en su rerereelección: “Una primera enseñanza para Evo y Álvaro es que pueden seguir vinculados al poder manteniéndose a un lado”, escribe el jesuita.

Otra descarga de fuego amigo la ha recibido Morales de parte del exembajador Jerjes Justiniano quien advierte que si éste consigue habilitarse para las elecciones de 2019 estaría poniendo en riesgo su propio liderazgo y poniendo en peligro al dichoso “proceso de cambio”: “No puede arriesgarse electoralmente, sencillamente porque un grupo de acólitos quiere seguir medrando del poder”, requinta el cruceño.

Tanto Albó como Justiniano son, en sus respectivos círculos, viejos lobos que han visto de todo en esta vida y sus admoniciones –difícilmente catalogables como “neoliberales” o “imperialistas”- provenientes del interior del régimen, suenan realmente preocupadas, pues más sabe el diablo por viejo que por diablo. Amén.